La alianza entre Napoleón y el emperador de Rusia no podía ser duradera: lº, porque esta nación había obtenido ya cuantas ventajas podía esperar de la alianza napoleónica, a saber: las conquistas del ducado de Finlandia y de las ricas provincias de Besarabia, Moldavia, Valaquia, etc.; 2.°, porque la existencia del ducado de Varsovia amenazaba la reconstitución de Polonia, idea rechazada por la política rusa, y 3.°, porque el sostenimiento del bloqueo continental era la ruina económica del país, donde una violenta irritación se manifestaba por aquella causa.
Alejandro I comenzó por autorizar la importación de géneros coloniales bajo pabellón neutro, y ante las reclamaciones de Napoleón contestó elevando el arancel a los vinos franceses. El conflicto estalló. Napoleón se puso en campaña movilizando un ejército que, con las reservas, excedía de un millón de hombres, «el ejército de las veinte naciones», e invadió Rusia con 300,000. El zar podía oponerle otros tantos; pero evitó las batallas, dejando «el cuidado de la defensa al tiempo, al desierto y al clima».Napoleón franqueó el Niemen en junio de 1812, y entró en Vilna, desde donde se encaminó a Moscú. En septiembre, después de una marcha interminable, logró derrotar a los rusos en la batalla de la Moscowa, después de la cual entraron los franceses en Moscú; pero los rusos habían abandonado la ciudad, y su gobernador, el conde de Rostopchine, había ordenado incendiar los almacenes.Pronto fue la capital rusa pasto de las llamas.El ejército francés, hambriento, lleno de enfermos, comenzó a desorganizarse. Dirigirse a San Petersburgo no era posible; menos todavía ir más adelante hacia el sur.
Napoleón hubo de disponer la retirada, la tristemente célebre «retirada de Rusia», espantoso éxodo de dos meses a través de país enemigo, frío, monótono, inhospitalario, sin víveres ni abrigo. Millares de franceses sucumbieron ante los rigores del clima, de la fatiga, del hambre, de las privaciones. A orillas del Beresina, afluente del Dnieper, sesenta y cinco mil franceses tuvieron que abrirse paso rompiendo las líneas enemigas.
El emperador, dejando el mando de las tropas a Murat, corrió a París. En diciembre, los resto del «Grande Ejército» repasaron el Niemen, quedando sobre las nevadas llanuras rusas una estela de doscientos cuarenta mil cadáveres. Aquel formidable desastre era, según frase del escéptico y clarividente Talleyrand, «el principio del fin». El prestigio de Napoleón se derrumbó, y todos los sentimientos de odio, contenidos por la fuerza o por el temor, estallaron.
A imitación de España y, posteriormente, de Rusia, un gran movimiento patriótico se produjo en Alemania, bajo la dirección de Prusia que, después del desastre de Jena, se reconstituía a impulsos de grandes patriotas, como el barón de Stein, Humbold y el filósofo Fichte, autor de los célebres Discursos a la nación alemana. La explosión del sentimiento nacional alemán determinó la resolución de los soberanos.
Prusia, Rusia, Inglaterra y Suecia se unieron contra Napoleón (6ª coalición)
Napoleón a su regreso a París, se mostró tan imperioso y confiado como siempre, y preparó un ejército de trescientos cincuenta mil hombres.
Napoleón contaba todavía con la mayor parte de príncipes de la Confederación del Rhin, mientras Eugenio Beauharnais, virrey de Italia, manteníase en Alemania con su ejército para hacer frente a rusos y prusianos.
Napoleón, reunido con él en 1813, ganó a los prusianos las victorias de Lutren y Bautzen.
Austria, que hasta entonces se había mantenido neutral, dirigida por el famoso diplomático Metternicht, propuso mediar. Abriéronse las negociaciones en el congreso de Praga.
Las potencias europeas exigieron a Napoleón condiciones que éste no aceptó. Roto el armisticio, Austria se unió a los aliados, que juntaron quinientos mil hombres.
Napoleón derrotó a los austríacos en Dresde; pero sus generales Ney y Oudinot fueron vencidos separadamente. Estas derrotas obligaron a Napoleón a concentrar todas sus fuerzas, mientras los aliados hacían lo propio.
En octubre de 1813 se empeñó en Leipzig la gran batalla de este nombre, llamada la batalla de las naciones, que duró tres días, peleando en ella más de medio millón de hombres.Los franceses experimentaron un tremendo desastre. La derrota de Leipzig hundió el imperio napoleónico. Fracasadas también las negociaciones de Francjort, los aliados, formando tres cuerpos de ejército, invadieron Francia en 1814.
Napoleón, con sólo ochenta mil hombres, resistió con su habitual serenidad y, según afirman los técnicos, en ninguna de sus campañas su genio militar rayó a tanta altura.Invadida Francia por todas sus fronteras, entraron los aliados en París el 6 de abril de 1814.
Comenzaron a estallar manifestaciones realistas en la capital y en las provincias. Los aliados hallábanse indecisos acerca del gobierno que convenía establecer en Francia. Al fin, aconsejados por Talleyrand, decidiéronse por la restauración borbónica. Los funcionarios imperiales y una parte de los generales de Napoleón inclináronse al nuevo gobierno para salvar sus intereses. El pueblo consideró como un alivio la caída de un régimen opresor por los tributos, las continuas levas militares y el bloqueo continental. El Senado decretó la destitución del emperador.
Este, seguido de algunos mariscales fieles, se había dirigido a Fontainebleau, donde firmó su abdicación, concediéndole los aliados la soberanía de la isla de Elba, una pensión y una guardia de cien hombres, siendo conducido a aquella isla en abril de 1814.
La primera restauración: los Cien días
Luis XVIII, hermano de Luis XVI, entró en París el 12 de abril de 1814 y tomó posesión del gobierno.Las opiniones políticas hallábanse divididas.
Los que habían servido la República y el Imperio aceptaban la restauración monárquica, siempre que el nuevo rey jurase una Constitución, garantía de las libertades nacionales. Los realistas (reunidos en derredor del conde de Artois, hermano del monarca), partidarios del absolutismo, negaban al país el derecho de imponer Constitución alguna.
Luis XVIII adoptó un término medio.
Por la Declaración de Saint-Ouen, y después por la Carta constitucional, concedió a sus súbditos las conquistas civiles de la Revolución, y dio a Francia un gobierno parlamentario más liberal que el régimen napoleónico.
Al propio tiempo se esforzó en asegurar la paz con Europa.
Por el tratado de París (mayo de 1814) Francia redújose a sus límites de 1792.
La cuestión de los territorios, que en Europa central y meridional formaron parte del Imperio napoleónico, había de arreglarse en un Congreso europeo, que, en efecto, inauguró sus tareas en Viena el 10 de noviembre de 1814.
La Restauración no era, pues, el restablecimiento del antiguo régimen; pero los realistas, que habían aclamado a Luis XVIII, se dividieron desde luego en dos partidos: los ultrarrealistas o absolutistas, partido compuesto de emigrados y funcionarios civiles, militares y eclesiásticos, desposeídos' de sus bienes y empleos que, considerando la Revolución como no consumada, exigían el restablecimiento del antiguo régimen; y los realistas constitucionales, partido formado por hombres adictos a las ideas y a los hechos de 1789, funcionarios imperiales, etc., que pedían el cumplimiento leal de la Constitución.
Ambas divisiones alcanzaban al gobierno mismo, incluso a la familia real.Influido por los absolutistas, el gobierno dictó una serie de medidas que parecían atentatorias a la Constitución.Esto, y los temores de que se cumplieran los deseos del partido ultrarrealista, comenzó a suscitar enemigos al régimen, principalmente entre la clase media y los numerosos oficiales del ejército, licenciados y reducidos a media paga. El descontento se tradujo en numerosas conspiraciones militares. Los bonapartistas y los antiguos revolucionarios pusiéronse en inteligencia.
Napoleón, que desde la isla de Elba seguía el movimiento de la opinión y las tareas del Congreso de Viena, se decidió a recobrar el poder.
Efectivamente puesto en connivencia con sus partidarios, el lº de marzo de 1815 desembarcó en Francia, dirigiéndose a Lyon.
A su paso fue aclamado por el pueblo y por el ejército, que se le unieron unánimemente.
Luis XVIII, abandonado por las tropas y no contando con el apoyo del pueblo, se retiró a Bélgica, mientras Bonaparte, después de una marcha triunfal camino de París, entraba de nuevo en las Tullerías, el 20 de marzo de 1815, llevado en hombros de sus oficiales.
Dueño otra vez del poder, promulgó el Acta adicional a las constituciones del imperio, serie de disposiciones encaminadas al establecimiento de un sistema representativo, en armonía con las exigencias del régimen imperial.
El Acta adicional fue aprobada por el pueblo, y Napoleón prestó juramento a la Constitución.
Waterloo: caída de Napoleón
Los soberanos y diplomáticos reunidos en el Congreso de Viena, en cuanto tuvieron noticia de los hechos acaecidos declararon a Napoleón enemigo de la paz pública y se aprestaron a a guerra.
Un ejército de ochocientos mil hombres dividido en tres cuerpos, mandados por el zar de Rusia, el duque de Wellington y el mariscal Blücher, marchó en dirección a Francia.
Napoleón que desde un principio comprendió que la guerra era consecuencia inevitable de su restablecimiento, reunió un ejército de doscientos setenta y cinco mil hombres, y, tomando la ofensiva con el grueso de sus tropas, invadió Bélgica, ocupada por los ingleses y prusianos, mandados por el duque de Wellington y por Blücher.
El 18 de junio de 1815 atacó al ejército aliado, junto a Waterloo, al sur de Bruselas.
Los ingleses pudieron mantenerse firmes, dando tiempo a que se les uniera Blücher con treinta mil hombres de refuerzo, que convirtieron la jornada en una total y definitiva derrota para Napoleón.
Su dominación, establecida sobre la fuerza, no podía subsistir. Sus propios servidores le abandonaron, y el 22 de junio, habiendo entrado en París, abdicó de nuevo. Mientras los ejércitos aliados se encaminaban a París, Napoleón se dirigió a Rochefort con intención de embarcarse para los Estados Unidos.
Surgieron dificultades y, Waterloo: caída de Napoleón habiéndosele intimado la orden de abandonar cuanto antes el territorio francés, escribió pidiendo hospitalidad a Inglaterra.
Conducido a bordo de un buque inglés a Torbay, fue declarado prisionero de guerra y deportado a Santa Elena, isla perdida en la inmensidad del Océano, a 2.000 leguas de Europa.
Allí vivió, entre humillaciones y sufrimientos, hasta el 5 de mayo de 1821.
Nota sobre el autor: Rafael Ballester y Castell (Palma de Mallorca, 22 de agosto de 1872 - Tarragona, 17 de agosto de 1931) fue periodista, bibliógrafo, pedagogo y erudito historiador. Entre sus obras, destacan Las fuentes narrativas de la Historia de España durante la Edad Media, 417-1474 (1908), Clío. Iniciación al estudio de la Historia (1913) –de la que extraemos este artículo para The Cult– , Geografía de España (1916) y Apuntes de Historia de la civilización española en sus relaciones con la universal (1927). Las obras originales de Rafael Ballester y Castell se encuentran en dominio público, pues sus derechos de autor han expirado una vez transcurridos ochenta (80) años tras la muerte del autor.